miércoles, 12 de diciembre de 2007

El Senado emplaza al Gobierno a eliminar el canon digital en el plazo de un año

El Pleno del Senado ha aprobado el proyecto de Ley de Sociedad de la Información con una enmienda (respaldada por todos menos el PSOE) que emplaza al Gobierno a eliminar el canon digital en el plazo de un año.

La enmienda, presentada y defendida por el senador de Entesa Catalana de Progrés Jordi Guillot, pide la eliminación de este impuesto. El canon digital es una tasa que, de aprobarse, gravará a todos los dispositivos que puedan almacenar datos en formato electrónico, desde discos duros a memorias portátiles USB.

Todos los grupos parlamentarios del Senado, menos el PSOE, apoyaron la enmienda que emplaza al Gobierno a modificar, en el plazo de un año, la Ley de Propiedad Intelectual y a eliminar este canon.

La plataforma "Todoscontraelcanon" inició el 10 de diciembre una campaña a través de Internet para exigir a los partidos políticos que hiciesen explícita su postura respecto al canon digital de cara a las próximas elecciones generales. El eslogan escogido para su campaña fue el efectivo "Un millón y medio de firmas, un millón y medio de votos", en referencia al número de personas que han secundado ya su manifiesto en contra de esta medida.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Grandes viajes al corazón de la guerra

Una selección de las 16 mejores batallas narradas por el cine que han logrado integrar en la ficción la crueldad, la locura, el genio y el heroísmo en medio del horror.


Las Dos Torres

Peter Jackson, 2002

"300 contra 10.000", dice el elfo Legolas, invocando la cifra mítica de la derrota, cuando un ejército de orcos de segunda generación, los Uruk-hai, se acerca al abismo de Helm con la intención de acabar de una vez para siempre con la raza humana. No es sencillo elegir entre las batallas que Peter Jackson fue capaz de imaginar en su monumental reconstrucción de El señor de los anillos, pero el combate sin esperanza frente a una fuerza muy superior, el asedio salvaje en el que la humanidad se la juega, es difícil de superar. La tensión antes de la batalla que muchos dan por perdida -"no mostréis piedad, pues ninguna habéis de recibir", exclama Aragorn-, la multiplicación de las acciones simultáneas y algunos vaciles, como Legolas haciendo surf sobre su escudo, dejan al espectador clavado a la bucata en medio de gritos de orcos y lluvias de flechas.


Gladiator

Ridley Scout, 2000

El cine de romanos tiene grandes momentos de lucha, los esclavos liderados por Espartaco machacados por la máquina de guerra de Roma que filmó Stanley Kubrick -un combate que acaba con el famoso "yo soy Espartaco" por el que los cautivos prefieren ser crucificados antes de denunciar a su líder- o la batalla de Actium, que enfrentó a Marco Antonio y Octavio, recreada por John L. Mankiewicz en su desastrosa (económicamente) y maravillosa (desde el punto de vista del arte) Cleopatra. Pero, gracias a la ayuda de los efectos especiales, al talento de Ridley Scott para mover masas y a la fuerza que Richard Harris es capaz de dar al personaje de Marco Aurelio y, cómo no, a Russell Crowe, la batalla contra los bárbaros germánicos con la que arranca Gladiator se clava en la imaginación con la sensación de que tuvo que ser así.


Ran

Akira Kurosawa, 1975

Casi todos daban al maestro por acabado, quizás él mismo también lo pensaba. Sin embargo, gracias a Serge Silberman, el productor de Luis Buñuel, el japonés Akira Kurosawa logró realizar la que muchos pensaban que sería su canto del cisne, una historia inspiraba en Macbeth sobre un padre traicionado por sus hijos. La película se llamaba Ran (Caos) y contiene algunos de los momentos más bellos y terribles de la historia del cine. La batalla que articula el filme, con las tropas mostrando estandartes rojos y amarillos, ofrece la intensidad de Goya, en medio de una brutal plasticidad de la violencia, con la sangre chorreando a borbotones, las flechas clavadas en los ojos. Kurosawa recurre a un truco difícil y logra que funcione: la primera parte de la batalla es narrada con un fondo de música y, de repente, estallan los sonidos del combate y explota la guerra en todo su horror.


Braveheart

Mel Gibson, 1995

Con Braveheart, Mel Gibson demostró su pasión por la violencia y las largas escenas de tortura, pero también confirmó que es un gran realizador. El actor australiano logró cinco oscars (entre ellos, los de mejor película y director) con su filme sobre el héroe independentista escocés William Wallace, Braveheart, que encabezó la rebelión contra los ingleses en el siglo XIII. Gibson recrea combates con tipos duros como piedras y, marca de la casa, todo tipo de miembros cortados. Pero tienen ritmo y fuerza, desde la batalla de Stirling, que acabó con las fuerzas escocesas saqueando York, hasta la derrota de Falkirk, con un terrible retrato de la traición en el mismo campo de la lucha. La Edad Media de Gibson no es como la de Errol Flynn, es sucia, sórdida y fría, pero consigue llenarla de vida y de muerte y hacer creíble la lucha por una causa perdida.


Napoleón

Abel Gance, 1927

Fue el último gigante del cine mudo, la última gran película sin voces. Sin embargo, la portentosa imaginación que Abel Gance demostró en su Napoleón sigue pegándose a la retina como un espectáculo insólito, de una durísima belleza. "Entre los gritos de los heridos, el fuego se detiene y comienza la lucha cuerpo a cuerpo. Sólo quedan las espadas para combatir", reza uno de esos clásicos carteles del cine mudo que aparece en el gran momento del filme: la narración de la batalla de Toulon (1793), con la que el entonces capitán corso logró su fama militar. El realizador combina los primeros planos de Napoleón con los momentos de batalla, el miedo de los civiles ante el asalto y el fragor del fuego de la artillería, las dudas de los oficiales ante las decisiones del joven capitán, en un retrato de la guerra que ha envejecido pero que no ha caducado.


Master and Commander

Peter Weir, 2003

En su estupenda adaptación del mundo naval de Patrick O'Brien, Peter Weir lleva al espectador al corazón de las guerras napoleónicas en el mar. La primera batalla, con la que arranca el filme, no es la más espectacular de Master and Commander, pero su planteamiento es magistral. Desde que un marino presiente el peligro -"hay algo entre la bruma"- hasta que empiezan los cañonazos, la tensión va a atrapando al espectador, que también escruta la niebla en busca del enemigo. Y la reconstrucción digital de la guerra, de las astillas y los heridos -"echad arena a la sangre", se exclama en mitad del combate-, de los golpes de la artillería, es toda una lección de cine de acción, pero también un canto al viejo género de marineros. "Remad como si un francés fuese a violar a vuestra madre", es una frase que encaja perfectamente con el ambiente.


Gallipoli

Peter Weir, 1981

De nuevo Peter Weir, esta vez con la película que le hizo famoso y que lanzó a un joven actor australiano llamado Mel Gibson. Weir se enfrentó sin prejuicios, a través de las miradas de dos jóvenes, a uno de los mitos fundacionales de la Australia contemporánea, a una batalla que duró ocho meses en la que murieron casi un cuarto de millón de personas en ambos bandos y cuyo desenlace sigue conmemorándose como festivo en varios países (el 25 de abril, día de Anzac). La batalla está presente en todo momento, incluso antes de que los protagonistas se alisten, pero apenas aparece el puro combate. Con una gran sencillez, aunque con excesos musicales propios de los ochenta, Weir retrata el horror de la guerra de las trincheras, de los asaltos inútiles ante las metralletas del enemigo, refleja el dolor de un conflicto que enterró a varias generaciones.


Lawrence de Arabia

David Lean, 1962

"Auda no irá a Aqaba por dinero, ni por el príncipe Faisal, ni por echar a los turcos. Auda vendrá a Aqaba porque le place". "Lawrence, tu madre te concibió con un escorpión". Con este diálogo entre Lawrence de Arabia (insuperable Peter O'Toole) y el caudillo árabe Auda Abu Tayi (Anthony Quinn) arranca la mejor batalla de uno de los mayores espectáculos que ha ofrecido el cine. David Lean no contó con efectos especiales para clonar a gigantescos ejércitos, los tuvo que filmar a golpe de extras, aprovechando la música, los escenarios naturales (una parte rodados en Almería y otra en Jordania) y su inmensa capacidad para componer imágenes y crear cine. En Aqaba empieza la leyenda de Lawrence de Arabia y allí demostró su genio, su heroísmo, pero también su crueldad, los tres elementos de los que están hechas la mayoría de las batallas.


Senderos de gloria

Stanley Kubrick, 1957

Este filme, que estuvo prohibido en España durante décadas, es el símbolo máximo del antibelicismo en el cine, una película valiente y rompedora sobre oficiales cobardes que envían a otros a morir. "La orden era atacar. Su deber era obedecer. No podemos dejar que los soldados decidan si una orden es posible o no. La única prueba de que la han cumplido serían sus cadáveres sobre las trincheras. Son una pandilla de perros rastreros y llorones", espeta el siniestro general, responsable de la carnicería, a Kirk Douglas, que hace lo que puede para defender a sus hombres de la locura de unos superiores que sólo quieren ganar medallas sobre montañas de cadáveres. La toma de la colina de las Hormigas, con los soldados destrozados por el fuego amigo y el enemigo, es un viaje sobrecogedor al absurdo de la guerra, al corazón de la muerte.


Objetivo Birmania

Raoul Walsh, 1945

En Objetivo Birmania, un clásico de la Segunda Guerra Mundial, en el que un artesano como Raoul Walsh consiguió convertir de manera creíble un parque de Los Ángeles en la selva birmana, no hay grandes batallas: sólo calor, mosquitos, japoneses, árboles y Errol Flynn. Sin embargo, contiene una magnífica escaramuza, uno de esos pequeños combates de los que puede depender toda una guerra: los paracaidistas que capitanea Flynn, entre los que se encuentra un periodista dispuesto a correr los mismos riesgos que los muchachos, tienen como misión destruir un radar situado en mitad de la selva, un objetivo del que puede depender todo el desarrollo de la guerra en el Pacífico. Con medios limitados, respetando las normas del más puro cine de propaganda bélica, Walsh logra arrastrar al espectador hasta el corazón del combate, del miedo y del valor.


Salvar al soldado Ryan

Steven Spielberg, 1994

Con la revolución de los efectos especiales que provocó Parque Jurásico, el cine creó nuevas ilusiones, pero también reconstruyó viejos mundos. Y el cine bélico ha sabido aprovechar como ningún otro género ese filón. La media hora inicial de Salvar al soldado Ryan se alza como una cumbre del séptimo arte, un momento de horror supremo en el que las técnicas digitales unidas al talento de Steven Spielberg, muy inspirado por Uno rojo división de choque, logran recrear la bestialidad de la guerra, las balas que silban por todas partes, los soldados descuartizados por la artillería antes de pisar la playa. Y, sin embargo, el filme plantea un profundo dilema: la guerra es horrible incluso cuando es justa, porque el espectador sabe que del resultado de lo que ocurría en Omaha Beach dependía la derrota del nazismo. Con las balas, los muertos y los cadáveres.


Arde París

René Clément, 1966

Con el mismo esquema de El día más largo, que cuatro años antes había revolucionado el cine bélico con su blanco y negro, sus espectaculares batallas y un reparto cargado de estrellas, René Clément adaptó el libro de Larry Collins y Dominique Lapierre -con un guión de lujo en el que participaron Gore Vidal y Francis Ford Coppola- que relataba con minuciosidad el final de la ocupación alemana de París. Toda la película es una larga batalla, que maneja varios escenarios a la vez, y en la que, como en las verdaderas batallas, hay casi más momentos de calma que de tiros. La toma del ayuntamiento, con los alemanes cruzando la plaza en medio del fuego, es un momento irrepetible de combate urbano. El espectador se queda con la extraña sensación de estar viendo un documental en el que, por casualidad, aparecen Jean Paul Belmondo y Kirk Douglas.


Apocalypse Now

Francis Ford Coppola, 1979

"Charlie no hace surf", "me sobran huevos para hacer surf en esta playa", "gilipollas, llenadme ese bosque de bombas. Bombardead a esos retrasados mentales", "hueles eso muchacho, lo hueles. Nada en el mundo huele así. No hay nada como el olor del napalm por la mañana", "a un hombre que tiene los huevos de luchar con las tripas fuera, no le niego un poco de agua". Estas frases son sólo alguna de las perlas que pronuncia el más extraordinario oficial creado por el cine, el coronel Kilgore, interpretado por Robert Duvall. Dentro esa locura de película que reflejaba la locura de la guerra, el ataque contra el poblado controlado por el Vietcong por el séptimo de caballería aerotransportado con la Cabalgata de las valquirias de Wagner a todo trapo se lleva la palma del deliro bélico total. Todo parece increíble y, sin embargo, el reflejo de Vietnam no puede ser más realista.


Las flores de Harrison

Élie Chouraqui, 2000

Un veterano corresponsal en los Balcanes dijo sobre esta película: "El que la ha rodado sabe de verdad lo que es la guerra". A través de la historia de una mujer que se sumerge en la guerra de Croacia para buscar a su marido, un fotógrafo desaparecido en combate, el realizador francés Élie Chouraqui refleja el horror de la limpieza étnica en la antigua Yugoslavia. "Es un baño de sangre. Matan a todo lo que se mueve", dice uno de los periodistas que protagonizan el filme. No importa que haya algunos momentos increíbles -como que los serbios maten a decenas de civiles ante las cámaras de los periodistas, sin asesinar primero a los testigos-; todo el filme, y especialmente la toma de Vukovar, está impregnado de verdad. Y el director no necesita cargar las tintas de sangre para que un escalofrío recorra la espalda del espectador.


Black Hawk derribado

Ridley Scott, 2001

La batalla de Mogadiscio, que en 1993 terminó con la muerte de 18 soldados estadounidenses que formaban parte de una fuerza de paz internacional que trataba de acabar con el desastre humanitario en Somalia y de frenar a los señores de la guerra, cambió la política exterior de Estados Unidos hasta el 11-S. El Ejército más potente del mundo resultó humillado por una panda de guerrilleros en un combate urbano en el que, a priori, tenía todas las de ganar. Basándose en el libro de Mark Bowden y utilizando todos los medios tecnológicos a su alcance, Ridley Scott logra contar una batalla que se prolonga durante casi dos horas sin que decaiga el ritmo, sin escatimar detalles y sin que el espectador se pierda entre las decenas de personajes que pasan por la pantalla. Aunque al final uno se quede con un cierto regusto a propaganda.


El imperio contraataca

Irvin Kershner, 1980

Con La guerra de las galaxias, George Lucas cambió la forma de soñar el cine. Desde las letras que se deslizaban sobre la pantalla, con la música de John Williams y aquello de "hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana", el espectador sabía que se encontraba ante algo completamente nuevo, y a la vez tan antiguo como el cine. Y sólo era el principio. Las batallas en el espacio se adelantaron a la era de los videojuegos e hicieron soñar a toda una generación, pero el mejor combate de la serie tiene lugar en tierra, en la nieve, en el arranque de El imperio contraataca, la segunda de la serie (o la quinta, según como se mire). Es puro cine bélico, un ataque de infantería en toda regla apoyado en los blindados, esas inmensas vacas mecánicas. Pero tiene también la dimensión mágica que Lucas logró dar a la serie, el espíritu de aquella galaxia tan cercana.