miércoles, 25 de junio de 2008

Lectura para el verano: Los Virreyes de Federico De Roberto

portada de 'Los Virreyes'

Título:
Los Virreyes | Autor: Federico De Roberto | Editorial: Acantilado | Traducción de: José Ramón Monreal | Colección: Narrativa del Acantilado, 139 | Páginas: 728 | Género: Novela | Precio: 29 € | ISBN: 978-84-96834-55-2

Los Virreyes es la crónica privada y pública de la decadencia de una antigua familia de estirpe española cuyos antepasados -llegados a Catania hacia el 1300- adquirieron, en tiempos de Carlos V, el cargo de virreyes. La novela se desarrolla entre 1855 a 1882, momento del proceso de unificación italiana. De Roberto combina la crónica de costumbres con la sátira de expresionista, traza una galería de retratos... ilustrando las vidas y excentricidades de los nobles se enmarcan en los acontecimientos contemporáneos del proceso de unificación italiana, en el tránsito de una época feudal a una nueva era de democracia parlamentaria. Los Virreyes destaca por la riqueza de planos de lectura, el pesimismo histórico, el nihilismo existencial y por su profecía de todos los males de la política y de la sociedad italiana modernas. A continuación os pongo el inicio del libro, el cual estoy seguro que puede hacernos más ameno el caluroso estío al que estamos sometido.

Saludos y ¡¡¡Suerte a todos los opositores!!!


PRIMERA PARTE

I

Estaba Giuseppe, delante del portón, entreteniendo a su niño, mientras lo acunaba en los brazos y le enseñaba el escudo de mármol fijado en lo alto del arco, el armero clavado en la pared del vestíbulo, donde, en tiempos antiguos, los lansquenetes del príncipe colgaban las alabardas, cuando se oyó el ruido creciente de un coche que se acercaba a todo correr; y, antes de que tuviera tiempo de volverse, un carruaje sobre el que se hubiera dicho que había nevado, tanto era el polvo que traía, y cuyo caballo chorreaba sudor, hizo su entrada en el patio con ensordecedor estruendo. Por el arco del segundo patio se asomaron criados y sirvientes: Baldassarre, el mayordomo, cerró la vidriera de la galería del segundo piso, cuando ya Salvatore Cerra se apeaba a toda prisa del simón con una carta en la mano.

-¿Don Salvatore?... ¿Qué sucede?... ¿Qué novedades hay?...

Pero éste hizo un gesto desesperado con el brazo y subió los escalones de cuatro en cuatro.

Giuseppe, con el niño aún al cuello, permanecía como atontado, sin comprender nada; pero su mujer, la de Baldassarre, la lavandera y un buen número de otros miembros de la servidumbre rodeaban ya el coche de punto y se persignaban al oírle contar al cochero ininterrumpidamente:

-La princesa..., ha muerto de golpe... Esta mañana..., mientras yo me encontraba lavando el coche...

-¡Jesús mío!... ¡Jesús mío!...

-Y orden de enganchar..., el señor Marco que corría de acá para allá..., el vicario, los vecinos..., apenas tiempo de ponernos en camino...

-¡Jesús mío!... ¡Jesús mío!... Pero ¿cómo?... ¿No estaba mejor?... ¿Y el señor Marco?... ¿Sin mandar aviso?

-¿Qué sé yo?... No he visto nada. Me han llamado... Ayer noche dice que se encontraba bien...

-¡Y sin ninguno de sus hijos!... ¡En manos de extraños!...Enferma estaba, pero, ¿así tan de repente?

Pero desde lo alto de la escalinata un vozarrón interrumpió de pronto los chismorreos.

Pasquale!... ¡Pasquale!...

-¿Eh, Baldassarre?

-¡Un caballo fresco, a escape!...

-Voy corriendo...

Mientras cocheros y sirvientes se afanaban en desenganchar el caballo sudoroso y jadeante para enganchar otro, toda la servidumbre, que se había reunido en el patio, comentaba la noticia y la transmitía a los copistas de la administración, que se asomaban a las ventanas del primer piso, o incluso bajaban ellos también.

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