John Oxford, profesor de virología del Queen Marys Collage de Londres, jefe del equipo investigador, asegura que sólo hay cinco muestras útiles de tejidos afectados por el virus de la epidemia de 1918-1919, pero ninguno es de un cadáver encerrado en un ataúd de plomo. La gripe española fue originada por un virus aviar, bautizado H1N1, muy similar al virus actual, el H5N1, y que procedía igualmente de un ave.
Esta inquietante y esperanzadora noticia es la excusa perfecta para rememorar la devastadora Gripe Española, la cual recibió este nombre equivocado debido fundamentalmente a la censura de al I Guerra Mundial. Tanto los Aliados como los Imperios Centrales habían sufrido grandes pérdidas por causa de la gripe española, pero las partes en guerra censuraban la información para que no llegara al enemigo. Sin embargo, los periódicos de la neutral España, que no estaban censurados, informaban de los miles de españoles que habían muerto a causa de la gripe entre mayo y junio de 1918. El nombre erróneo perduró hasta nuestros días.
La influenza o gripe española, asoló el planeta, dio la vuelta al mundo en cuatro meses, estimándose que las muertes que causó esta pandemia oscila entre los tradicionales 21 a 50 millones hasta las recientes cifras que elevan de 50 a 80 millones las victimas que provocó la influenza en el mundo. Las compañías farmacéuticas trabajaban día y noche para producir una vacuna, pero el virus desapareció antes de que se pudiera siquiera aislarlo.
A pesar de su nombre, los investigadores concluyen que la gripe española se origino en Estados Unidos, uno de los primeros casos conocidos ocurrió el 11 de marzo de 1918, en la base militar Fort Riley, Kansas. Las condiciones de hacinamiento y falta de higiene crearon un caldo de cultivo fértil para el virus. En una semana habían ingresado al hospital del campo 522 hombres, después, el Ejército informó de brotes similares en Virginia, Carolina del Sur, Georgia, Florida, Alabama y California. Los buques de la Marina, anclados en los puertos de la costa este, también notificaron brotes entre sus hombres. La gripe parecía atacar a los militares y no a los civiles; debido a eso, el virus quedó silenciado por considerarse secreto militar y en gran parte por otros hechos que estaban de actualidad, como la Ley Seca, el movimiento de las sufragistas y las sangrientas batallas en Europa.
En mayo de 1918, los soldados de Fort Riley emprendieron el largo viaje a Francia incubando el virus en el trayecto. Al pisar Francia, el virus arraso Europa: los estadounidenses enfermaban con "fiebre de tres días" o "la muerte púrpura", los franceses "bronquitis purulenta", los italianos sufrían la "fiebre de las moscas de arena", los alemanes enfermaban del Blitzkatarrh o "fiebre de Flandes"… Sea cual fuere el nombre que se le daba, el virus atacaba a todos por igual. Las autopsias mostraban pulmones endurecidos, rojos y llenos de líquido. Al observarlo al microscopio, el tejido de un pulmón enfermo revelaba que los alveolos, las células de los pulmones que usualmente están llenas de aire, se hallaban tan saturadas de líquido que las víctimas morían ahogadas. La asfixia lenta empezaba cuando los pacientes presentaban un síntoma singular: manchas de color caoba en los pómulos. Luego de algunas horas, tenían un color negro azulado, que indicaba falta de oxígeno. Cuando ingresaban, las enfermeras solían verles primero los pies, quienes tenían los pies negros se consideraban desahuciados y eran apartados para dejarlos morir. Lo más desconcertante fue que este virus atacaba principalmente a adultos sanos y fuertes. La gripe española cambió todos los patrones conocidos hasta el momento.
El libro “America's Forgotten Pandemic: The Influenza of 1918”, de Alfred Crosby, narra, desde una perspectiva estadounidense, la escalofriante historia de la epidemia de gripe más mortífera del mundo, y además presenta muchos detalles del alcance internacional de la epidemia. Así, relata como desde los campos de batalla de Europa, la epidemia evolucionó rápidamente hasta convertirse en pandemia; la enfermedad se propagó por el norte hasta Noruega, por el este hacia China, por el sudeste hasta la India y, por el sur, hasta Nueva Zelanda. Ni siquiera los habitantes de las islas permanecían inmunes. De polizón en buques y en portaaviones de la Marina, en navíos de la marina mercante y en trenes, el virus viajó hasta los rincones más alejados. En el verano de 1918, ya había asolado al Caribe, Filipinas y Hawai. La epidemia hizo estragos en Puerto Rico pero, asombrosamente, apenas tocó la zona del Canal de Panamá, la encrucijada del mundo en esa época. Se culpa al vapor "Harold Walker" de haber llevado la gripe a Tampico, México. En apenas cuatro meses, el virus había dado la vuelta al mundo y regresado a las playas de Estados Unidos. Los soldados sudafricanos que volvían del frente propagaron la enfermedad por el sur de África en su retorno triunfal por todo el país.
La segunda y la tercera olas de la gripe española atravesó Estados Unidos en el invierno de 1918. En esta oportunidad, los civiles no permanecieron a salvo. Los pueblos indígenas del país sufrieron enormemente, la gripe acabó con los habitantes de algunos pueblos de Alaska, mientras que otros perdieron la mayor parte de su población adulta, la ciudad de Nueva York enterró a 33.000 víctimas, Filadelfia perdió casi 13.000 personas en semanas... En muchas ciudades, desbordadas por el número de cadáveres, se agotaron los ataúdes y algunos tuvieron que convertir los tranvías en coches fúnebres para satisfacer la demanda.
Crosby describe hasta qué punto estaban sobrecargadas de trabajo las empresas funerarias: “En algunos casos, los muertos se dejaban en la casa durante varios días. Las funerarias privadas estaban abrumadas, y algunas se aprovechaban de la situación subiendo los precios hasta un 600%. Se presentaron quejas de que los empleados de los cementerios cobraban 15 dólares por los entierros y hacían que los familiares mismos cavaran las tumbas para sus muertos”. En Boston, el gobierno cerró las escuelas públicas, los bares y otros espacios públicos. Los policías de Chicago tenían órdenes de detener a todo aquél que estornudara o tosiera en público.
En 1918, los investigadores médicos carecían de recursos para identificar el origen de la gripe, con lo cual era imposible el hallazgo de vacunas. Además, debido a que la penicilina no se descubrió hasta 1928, los pacientes que superaban la gripe perecían más tarde debido a las infecciones secundarias, con neumonía bacteriana.
Año tras año, el mundo enferma con el nuevo virus de la gripe. Muchas personas se contagian y algunas mueren. Pero ¿por qué fue tan mortal la pandemia de 1918? Al igual que otros virus, el de la gripe cambia constantemente. Esta mutación suele ocasionar sólo cambios menores y las compañías farmacéuticas logran contrarrestar la cepa de cada año con la vacuna adecuada. Sin embargo, según indican los registros históricos, cada 10 a 40 años el mundo sufre una pandemia de gripe que resulta de una mutación mayor. El virus atraviesa una mutación tan drástica que el cuerpo humano ya no lo reconoce y queda indefenso. La epidemia resultante se propaga antes de que los científicos puedan aislar el virus, para luego producir y distribuir una vacuna. Esto fue lo que ocurrió en 1918.
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